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Al igual que los superhéroes, siempre me han apasionado los atletas olímpicos, desde que en 1972 Mark Spitz se hizo esa foto con el pecho desnudo cubierto por las siete medallas de oro ganadas en natación y con un minúsculo bañador Speedo. Ese póster sacudió mi salud mental y la llevó a otro nivel. El poder admirar ese esfuerzo físico y el deseo que lo sostiene, se apoderó de mí. Han pasado muchos Juegos Olímpicos desde entonces, en los de Tokio 2020 acaba de surgir otra estrella compleja, Simone Biles, pero no porque se cubriera de medallas, sino porque ha abierto un profundo debate sobre la salud mental y la presión que sufren los grandes atletas.

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