
Alguien que comentaba mi último libro me encontraba “irritantemente elusivo” en mis planteamientos políticos. Decía que presumía de escribir claro, pero allí no se aclaraba ni dios. Buena lección, pensé: uno puede confesar a quién vota, como hago en ese libro, e incluso puede contar algunas intimidades para explicar filias y fobias ideológicas, pero nada de eso basta al ciudadano acostumbrado a la trinchera y al vocerío, que echará de menos la consigna clara y el argumentario de turno que revele en nombre de qué sigla se habla. Tal vez por eso algunos programas sientan a los tertulianos de izquierdas a un lado y a los de derechas a otro, para que el espectador no se confunda de escuadra. Algún día les pondrán camisetas de colores, como los equipos de fútbol. Cuando pase eso, la tertulia podrá ser muda y gestual, pues el público ya sabrá lo que cada tertuliano va a decir antes de que lo diga. Más o menos como sucede ahora, pero sin palabras, tal vez con música.