
Hace veintiún años que Ismael Beiro abandonaba el piso compartido más famoso de España convertido en una estrella con fecha de caducidad (es decir, en una enana marrón). En Gran Hermano no había gran cosa que hacer; sin televisión y sin lectura los concursantes se dedicaban a esa condena terrenal que es convivir. Una casa con unas personas haciendo nada. Pero un día alguien robó un yogur. Nada del otro mundo. El yogur cremoso que uno guarda con celo para comerlo después de una tarde agotadora. Ese yogur. El latrocinio final. Se montó la de Dios es Cristo. Y todo el mundo conectó con Gran Hermano. ¿Por qué? Porque a todos alguna vez nos han robado ese delicioso último yogur.